“Como en el amor, nos gusta ir de a poco, despacio”, apuntaba Chris Martin en aquella accidentada conferencia de prensa en el hotel Faena, durante la primera visita de Coldplay a la Argentina. Con esa revelación, el cantante intentaba exponer la razón por la cual su banda tocaba en la intimidad de un teatro, en lugar de hacerlo en una arena típicamente rockera. Entonces, si aquel acercamiento iniciático había sido un beso y alguna mano que bajó por la cintura, esta segunda visita fue pasión y sexo.
Con un concierto dinámico y de característica espectaculares, los ingleses aterrizaron por segunda vez en Buenos Aires, trayendo en su equipaje un sobrepeso de fuegos artificiales, rayos laser, globos, papel picado, luces y demás artificios. Antes y a manera de preámbulo, los Banda de Turistas ofrecieron un set contundente y se marcharon ovacionados. Como felicitación, en sus camarines recibieron dos botellas de vino y una nota firmada por el cuarteto británico.
Mientras se acercaba el momento de las estrellas principales y la espectativa crecía, Bat For Lashes hizo su aparición. Amarada en una sensibilidad a flor de piel y con un cancionero que destila misterio, Natasha Khan movió su voz como si fuera una loba en celo, en un ejercicio que la emparenta a Björk. Acompañada por un trío de teclado, guitarra y batería, la novel celebridad del rock inglés danzó entre ritmos tribales y firmó un show tan etéreo como mágico. La esperamos ver pronto.
Sin más preámbulo y con una lluvia que otorgó su toque épico (¡por si hacía falta!), Coldplay iluminó la noche de River con estrellitas en sus manos y “Life in technicolor” en los parlantes, demostrando de entrada que no sería una velada común en la historia de los recitales multitudinarios registrados en Argentina. Dejando de lado toda la parafernalia y el golpe visual, sus canciones gozan de un impacto melódico shockeante. Ellos no demuestran la prepotencia de Oasis, ni Martin tiene el carisma de Bono. En escena, más que estrellas de rock, parecen cuatro universitarios sensibles que quieren caerle bien a tu mamá. Y con eso les alcanza.
Así, la banda apuntó al corazón con “Clocks”, “In my place” y esa balada redentora que es “Yellow”, interpretación que marcó uno de los picos del concierto, alcanzando su climax mientras docenas de globos gigantes y amarillos rebotaban entre la multitud. En dicha tónica, el contrapunto ensordecedor entre Chris y las 60.000 almas entonando eso de “Las luces te guiarán a tu hogar, encenderán tus huesos y yo intentaré arreglarte” (“Fix you”), magnificó la postal más nítida de lo que fue, es y será el rock de estadios. Ni que hablar de cuando el mismo Martin pide que enciendan los celulares y realicen una ola con ellos, al momento de homenajear a Michaerl Jackson con “Billie Jean” desde la pasarela y a tres guitarras. Emotivo.
Observando este mapa, puede que Alan McGee (fanáticos de los hermanos Gallagher, googlear este nombre) haya acertado al dispararles aquel latiguillo malicioso acerca de que “Coldplay hace música para chicos que se hacen pis en la cama”. Pero… ¿Qué tiene de pecado eso, si el grupo esconde en sus bolsillos joyitas como “The hardest part”, “Speed of sound”, “Lovers in Japan” o “The scientist”? Casi una epifanía de lo que es la historia del rock germinado en el Reino Unido. Amor, odio.
Entonces, mientras el cielo se iba abriendo para Martin, Jon Buckland (tiene bien aprendidito el Manual The Edge ilustrado), Guy Berryman y Will Champion (elegancia y potencia para plantarse detrás de su batería), la luna se mezclaba con todos los globos dispuestos en cada punto del monumental y el público recibía todo que venía desde arriba con la impresión de que no era otra noche en la cual un artista extranjero viene a cumplir, pasa por caja y se marcha.
Con sus movimientos destartalados, el marido de Gwyneth Paltrow cubrió cada rincón del tablado, transpiró, intentó hablar en español (muchas veces con éxito y buena dicción) y hasta empujó a sus compañero a estrenar una canción que habían compuesto en un hotel de Tokio, Japón. En definitiva, Coldplay justificó cada centavo del valor de la entrada (¡en la salida hasta regalaban un CD con material en vivo!) con un espectáculo que será recordado durante muchos años. Sí, tal cual, como aquel amor que empieza despacio.
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