Fito

martes, 19 de octubre de 2010


La cronología de la gira Paez, y su reciente álbum “Confiá”, tuvo su piedra basamental, en Rosario, el viernes pasado. El rosarino, encabezando una aceitada y luminosa banda, presentó en su ciudad natal, un concierto en Metropolitano, con canciones de su amplio repertorio, que dejaron más que satisfecho al público; sensación de saciedad que no pareció reflejarse en el compositor local, que si bien dejó todo en el escenario, intimó exigentemente al público, no por negarle un aplauso, sino por el poco feedback que detectó a los largo de las más de dos horas de show, y que no lo dejó conforme.


En realidad el recital estaba pensado con una estética más intimista y descontracturada. El escenario con muchos leds arriba y varias sillas debajo estaba preparado para que unas dos mil personas pudieran disfrutar de la canciones de Páez sin amontonarse, ni empujarse, y es dónde yace la diferencia principal. Hace rato que lo de Fito no es más el pogo, y es celebrado, porque su público fieloscila en un target de los treinta en ascendente (el sweater en las espaldas da década del ‘80). No es una cuestión de gustos, ni de calidad, sino más bien generacional.


La idea de un público apoltronado en sus lugares no tuvo un concepto para nada erróneo, porque todo puede recepcionarse de mejor forma. Y fue el mismo Fito quien soltó: “parece un concierto de música clásica, porque están todos sentados”, y hasta ensayó una coreografía de funeraria, cuando se desplomó hacia el piso, para fingirse muerto y lanzó: “me voy a quedar dormido”, sin tener en cuenta que además, en otro arrojo innecesario, manifestó: “la droga de Rosario está viniendo bastante mala” y “ojalá, cuando salgan, pasen por un bar, se metan un trago, y se exploten el corazón”, en un nuevo momento de indescifrable ira paeciana.

Ni el más positivo podría imaginar que después de este feeling gélido con la gente, el show, por su set list y la calidad de los músicos todos ensamblados, fue de antología. La noche fue larga. “Folies Verghet”, “Once y seis”, y “El chico de la tapa” fueron apenas un puñadito de clásicos que sonaron en los acordes de Paez y su estupenda banda.

No faltaron las de “Confiá”, “El mundo de hoy”, “La ley de la vida” que contó con un juego de láser, “Lindo Mambo”, una canción que Fito compuso a una chica que le mordió la mano en una habitación (sic): “En el baño de un hotel”, y “London town”, la primera en la que el público descansó en sus lugares, y en la que pudo, además, deleitarse uno de los tantos solos de viola del gran Dizzy Espeche.

Pero de las nuevas, la spinettiana “Confiá”, que da nombre al álbum, y “Tiempo al tiempo” ya se acercaron más a lo que podría ser un éxito, aunque en el bloque “cantante uno que sepamos todos”, no faltó un solo título. A saber: “Y dale alegría…” (que básicamente fue cantada por el tecladista Juan Absatz y el guitarrista Carlos Vandera), y “La rueda mágica”, “Brillante sobre el mic” y “Un vestido y un amor” del grandioso “El amor después del amor”, que en canción propia apadrinó la presencia de los alaridos irresistibles de Claudia Puyó.

Si la del personaje de Federico Luppi a Arteche es la puteada más sublime del cine nacional. La de “El diablo de tu corazón” (óigase track uno del disco “Rey sol”) lo será para la música local, pero también hubo para todos los gustos y de todas las épocas. Coki Debernardi demostró sus habilidades en la percusión. “Ambar violeta” hizo lucir a los invitados, los Killer Burritos (banda con la que Fito estuvo un tiempo importante de gira) y a Gonzalo Aloras quien se encargó de interpretarla en una muy buena versión del artista local.

Es innumerable la lista de canciones consagradas que pudieron disfrutarse el viernes en el Metropolitano y Fito fue mutando, arrancó de traje blanco y terminó estallando hasta tirar el micrófono en un blooper. Improvisó, burlándose de los técnicos en algunos acoples, se despachó con un solo de piano y una íntima e inolvidable versión de “Cable a tierra”.

Fito Paez se despidió con esas barrabasadas de que la droga es mala y que la gente no estaba con las pilas puestas. Nadie se fue. La banda regresó y con “Dar es dar” y “Mariposa technicolor” en los bises, las butacas pasaron a convertirse de una platea de antaño, a una popular de cancha, con gente revoleando las remeras, pero igual no hubo reconciliación. Vaya a saber qué se le cruzó por la cabeza. Tampoco es tan grave.

Fito Paez, ahora, es el cantante de una sublime banda, encaminada por el rosarino Diego Olivero y rocanrolizada por el incisivo Dizzy Espeche. Fue una lástima que se haya extralimitado en la ciudad que lo vio nacer y lo tiene como hijo pródigo en un altar junto al Olmedo, Fontanarrosa y el Ché Guevara, o más bien innecesario, sobretodo cuando forma parte de un septeto muy pero muy interesante en sus espaldas y una idea de concierto popular e inevitable, con canciones que todos cantan y quieren escuchar.

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